miércoles, 24 de marzo de 2010

De mucho más que puzzles

¿Qué ocurre cuando llevas mucho tiempo haciendo un puzzle al que de repente le faltan diez piezas, o cinco, o tal vez sólo tres...? ¿Qué pasa cuando ese inmenso puzzle se ha apropiado de casi las 24 horas de los últimos cinco años de tu vida?
¿Qué pasa cuando después de tanto esfuerzo y tantas ilusiones descubres que, ¡mierda!, faltan 10, o 5, o tal vez 3 insignificantes piezas?
Piezas que impiden que todo ese tiempo de un resultado sólido; piezas que impiden que termines tu deseado proyecto; piezas que tiran por la borda todas tus ilusiones, tus sueños...

"¿Y ahora qué?" ¿Qué interés tiene un puzzle sin terminar? ¿Es de valientes resignarse y decidirse a empezar otro puzzle? Un puzzle diferente, con otro olor, con otra forma, un puzzle nuevo.
¿Cómo es posible averiguar si estarán todas las piezas de ese nuevo puzzle? Es imposible contarlas...
Quizás estemos resignados a empezar y abandonar puzzles durante el resto de nuestras horas... O quizás tengamos que buscar esa forma de ocultar que a nuestro puzzle le faltan 10 piezas, o cinco, o 3. O simplemente no ocultarlo, quizás es más honesto enfrentarse al combate diciendo: "A MI PUZZLE LE FALTAN PIEZAS, ¿y QUÉ?"

miércoles, 3 de marzo de 2010

Sonido por favor

Hace ya algún tiempo, cuando empezamos a “jugar” con nuestro cuerpo, era difícil hacer a la voz un miembro más de esa partida. Ana insistía una y otra vez, “voz”, “sonido”, “voz”, “sonido”, parecía que no se cansaba… Yo era un poco reacio y pensaba “no me sale”; pero no era del todo real, simplemente no había dado oportunidad a que “me saliese”. Ana nos insistía y nos decía que lo forzásemos, que no pasaba nada porque al principio no nos resultase natural. Entonces intentábamos hacerla caso (yo seguía un poco reacio la verdad…) y el aula se llenaba de soniditos forzados que simplemente surgían como respuesta a un sonido de Ana que nos indicaba algo así como “cabrones, hacedme caso e incorporad el sonido”.

Hoy sé que no es imposible, de hecho ni siquiera tendría por qué ser difícil, simplemente mi cabeza (bueno, no sé si realmente mi cabeza…) tiene que hacer un click. Algo así como el “click” del que habla Brick en “La gata sobre el tejado de zinc”, ese “click” que dice oír en su cabeza después de varias copas y que le permite sentirse libre. Como si quitase el tapón de una bañera llena o abriese la compuerta de un embalse. El agua empieza, como la voz, a salir sin esfuerzo, sin dificultades, sin miedos. Y solo así, como Brick, puedo sentirme completamente libre.

Hoy no entiendo que la expresión corporal pueda ir separada de la voz o el sonido. Y lo que no entiendo es porque no me di cuenta antes; se me ocurren mil ejemplos cotidianos que me ayudan a reforzar esa idea: si nos pisan tenemos ganas de gritar (aunque a veces nos reprimamos), si nos hacen cosquillas necesitamos reírnos, cuando tenemos un orgasmo gemimos, etcétera, etcétera.

Nuestra expresión por tanto, pienso yo, solamente puede ser completamente real cuando el sonido se encuentra presente como una pieza más.
Puede que, quizás, nuestra propia vida sea el mejor ejemplo en el que fijarse para cualquier ejercicio de cualquier asignatura de cualquier escuela.