jueves, 2 de septiembre de 2010

Quiero escribir sobre tí, que has vuelto a colarte en mi lavadora
Quiero escribir sobre mí, que he perdido de nuevo la pareja de ese calcetín
Quiero escribir sobre el sol, que se esfuerza por perderse en un desliz
Quiero escribir sobre amor, pero estoy algo rabioso pues lo emiten a deshora

Quiero escribir sobre el pasado, pero de tanto recordar se me ha olvidado
Quero escribir sobre animales, ¡estoy harto de documentales!
Quiero escribir sobre lo escrito, escríbeme "a qué hora sales?"
Quiero escribir sobre el futuro, de tanto imaginar huelo a pescado.

lunes, 19 de julio de 2010

Una hora más en Canarias



"Una hora más en Canarias" no es una obra maestra, pero tampoco pretende serlo.

David Serrano teje una comedia de enredos con tintes surrealistas con el objetivo de entretener a los espectadores, como ya hizo de forma masiva con "El otro lado de la cama" (como guionista) o "Días de futbol". Objetivo nuevamente cumplido.

Pero esta vez más que nunca el director y guionista no da puntadas sin hilo y alardea de su buen hacer: una estética luminosa y colorista cuidada al detalle adorna un guión con ritmo trepidante que no da cabida al bostezo y con unos personajes muy bien definidos y llevados al extremo.

Cómodos en esos extremos y haciendo gala de un naturalismo difícil de lograr dadas las circunstancias, se encuentran todos los actores y actrices de la película, destacando, con permiso del resto, al argentino Eduardo Blanco, que demuestra una vez más su dominio de la comedia, y a Quim Gutierrez, el cual nos ofrece un registro hasta ahora desconocido y nos deja a todos encantados de conocer a su tremenda vis cómica.

Por otra parte, Serrano no despoja a los escasos números musicales de ese toque hortera que todo musical que se precie (excluyendo joyas del género como "Cabaret") debe poseer; de hecho, también lo lleva al extremo y convierte a "Una hora más en Canarias" en una película que, desde un profundo cariño y de forma muy acertada, parodia el género musical.



Angie Cepeda (Claudia en la película) junto a los bailarines.

miércoles, 24 de marzo de 2010

De mucho más que puzzles

¿Qué ocurre cuando llevas mucho tiempo haciendo un puzzle al que de repente le faltan diez piezas, o cinco, o tal vez sólo tres...? ¿Qué pasa cuando ese inmenso puzzle se ha apropiado de casi las 24 horas de los últimos cinco años de tu vida?
¿Qué pasa cuando después de tanto esfuerzo y tantas ilusiones descubres que, ¡mierda!, faltan 10, o 5, o tal vez 3 insignificantes piezas?
Piezas que impiden que todo ese tiempo de un resultado sólido; piezas que impiden que termines tu deseado proyecto; piezas que tiran por la borda todas tus ilusiones, tus sueños...

"¿Y ahora qué?" ¿Qué interés tiene un puzzle sin terminar? ¿Es de valientes resignarse y decidirse a empezar otro puzzle? Un puzzle diferente, con otro olor, con otra forma, un puzzle nuevo.
¿Cómo es posible averiguar si estarán todas las piezas de ese nuevo puzzle? Es imposible contarlas...
Quizás estemos resignados a empezar y abandonar puzzles durante el resto de nuestras horas... O quizás tengamos que buscar esa forma de ocultar que a nuestro puzzle le faltan 10 piezas, o cinco, o 3. O simplemente no ocultarlo, quizás es más honesto enfrentarse al combate diciendo: "A MI PUZZLE LE FALTAN PIEZAS, ¿y QUÉ?"

miércoles, 3 de marzo de 2010

Sonido por favor

Hace ya algún tiempo, cuando empezamos a “jugar” con nuestro cuerpo, era difícil hacer a la voz un miembro más de esa partida. Ana insistía una y otra vez, “voz”, “sonido”, “voz”, “sonido”, parecía que no se cansaba… Yo era un poco reacio y pensaba “no me sale”; pero no era del todo real, simplemente no había dado oportunidad a que “me saliese”. Ana nos insistía y nos decía que lo forzásemos, que no pasaba nada porque al principio no nos resultase natural. Entonces intentábamos hacerla caso (yo seguía un poco reacio la verdad…) y el aula se llenaba de soniditos forzados que simplemente surgían como respuesta a un sonido de Ana que nos indicaba algo así como “cabrones, hacedme caso e incorporad el sonido”.

Hoy sé que no es imposible, de hecho ni siquiera tendría por qué ser difícil, simplemente mi cabeza (bueno, no sé si realmente mi cabeza…) tiene que hacer un click. Algo así como el “click” del que habla Brick en “La gata sobre el tejado de zinc”, ese “click” que dice oír en su cabeza después de varias copas y que le permite sentirse libre. Como si quitase el tapón de una bañera llena o abriese la compuerta de un embalse. El agua empieza, como la voz, a salir sin esfuerzo, sin dificultades, sin miedos. Y solo así, como Brick, puedo sentirme completamente libre.

Hoy no entiendo que la expresión corporal pueda ir separada de la voz o el sonido. Y lo que no entiendo es porque no me di cuenta antes; se me ocurren mil ejemplos cotidianos que me ayudan a reforzar esa idea: si nos pisan tenemos ganas de gritar (aunque a veces nos reprimamos), si nos hacen cosquillas necesitamos reírnos, cuando tenemos un orgasmo gemimos, etcétera, etcétera.

Nuestra expresión por tanto, pienso yo, solamente puede ser completamente real cuando el sonido se encuentra presente como una pieza más.
Puede que, quizás, nuestra propia vida sea el mejor ejemplo en el que fijarse para cualquier ejercicio de cualquier asignatura de cualquier escuela.